Poesía. Hoy tengo ganas de ti. De hablarte, decirte, descubrirte. El imperio de lo breve, justo, sobrio. El arte de prohibirse las palabras no estrenadas, la testadurez de inventar, el desgaste por rastrear la palabra guante.
Buscar el trance del cabolo, afinar los morfemas hasta que sean musicalidad, encontrar dos palabras que formen una sociedad del espectáculo, y que todos los compuestos de sus significados combustionen y hagan una reacción química leída que tiña y sonrose el color de las ideas. Artefactos de ingenio que se confundan si son el lector, el que escribe, o lo leído, criaturas autónomas por poder de inaguración, trozos de nueva realidad recién nacidos, con una conexión estilo wifi con la ciencia, desnudando ambas la cáscara de todo lo accesario.
Porque el protolenguaje son muchas menos palabras, y no son poste, ni lata, ni mirar, ni añil, no son ni las palabras oficiales ni las más dichas, y mutan unidas al engranaje de las cosas y el tiempo. La poesía se crea a zarpazos, derrapando, eruptando la psique, todo el mundo lleva la poesía dentro, sólo se trata de volcanes activos. Porque la poesía es violencia, al menos se ha de violentar el lenguaje, doblarlo, malearlo, y rebelarse contra toda la convencionalidad léxica de la calle y los siglos. La tradición es rebaño, el poeta es no oveja.
La mayoría de creadores interesantes tienen una violencia interna, un índice de salvajismo mayor que la media, bien domesticado en lo silvestre e irreverente, enemigos del decoro, y con capacidad volcánica. El gafudo es pan pasado, muy cobarde, con poca suerte biográfica para destacar, demasiado correcto y orgulloso de bondades prestadas, de volcánico tiene lo que un hombre de traje gris con coderas, y el tiempo lo pondrá en mal sitio por soberbio. Ea
sábado, 28 de noviembre de 2009
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1 comentario:
Te iba a dar una hoja blanca
la más bella poesía
pero siempre se me olvida
que al escibirla
se mancha...
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