Érase una vez un ciudadano del reino del primer mundo, un habitante de esas urbes que se desarrollan como tumores, a partir de esos genes occidentales que concluyen en un restaurante japonés en el piso sesenta de un rascacielos, con post-estrés y gente que no te importa en tu cumpleaños.
Ese arribista, porque occidente somos una megaespecie de arribistas de tíos y abuelos colonialistas, ese urbanita, decide no recibir ya más folletos y campañas de marketing pro-tumor, se da de baja del Videoclub de occidente, y se va calimeramente al no-mundo. Mundo no desarrollado, sin rollo desplegado, sin mastodóntico aparato metálico de progreso, de modernidad material propio de zona temperada, gran carpa donde aislarse, centro comercial con lo último.
Lo que busca este salmón es pasado. Quiere rescatar esos años de su tierra en que todo era más ingenuo, más inocente, en que el tumor o el tic-tac hacia el luto de la especie estaba disminuido, y la gente veía Fama, las chicas llevaban camisas y faldas anchas, y los gamberros parecían ladrones de poca monta y no matones. Un mundo más naïf, de ideología más primitiva pero de una estética que ya no se traiciona a sí mismo.
El color del pasado, su estética, nos provoca esa nostalgia de lo inocente, lo menos transgresor, el mayor respeto y decoro ante la respuesta al futuro que el presente ya ha precipitado. Porque el estar en el mundo es responder al futuro, es posicionarse y dar una versión de todo esto. Nuestros tiempos parecen decirnos “búscate la vida e intenta salvar tu culo”, los ochenta parecían postular “intentemos ser modernos y sigamos construyendo esto a ver qué pasa”.
Y ese ex-arribista de nuestro cuento, se mudó a américas latinas acomodándose en voces ingenuas y crédulas, se rodeó de mensajes con decoro, volvió a vestir antiguo y menos afilado, y se meció en ese pelotón que miraba al futuro con ilusión naciente, sin consumirlo, con ritmo de larga carrera de fondo, y hasta confiando que había un dios detrás de todo lo cutre.
Cuando estas post-colonias se actualizaron a niveles de primer mundo anterior, se fue lejos de sus núcleos urbanos y mantuvo la esencia no pervertida de lo primigenio, y ya al final de su vida se fue a asias y áfricas para revivir la experiencia de la sociedad inocente, ya en su tercera edad, oscultando que países se empobrecerían para poder heredar sus hijos esta renuncia al primer mundo listillo. El ciudadano renuente.
domingo, 15 de febrero de 2009
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2 comentarios:
A esta salmona también le gustaba Fama.
Pero, digo yo, que ni viajando al otro lado del charco bajas el ritmo... Nos haces vagos al resto, joder.
Me alegro de que encontrarás a M.
Y cuenta, cuenta, que tenemos los oídos sambones...
Me gusta la palabra decoro, es una palabra que había olvidado. Con decoro,no es poca cosa...
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