Aeropuerto Eduardo Gomes, Manaus, cuatro de la tarde.
A veces queda bien fechar, pasar el sello temporal al inicio de un escrito, le da empaque, tono. Así pues, en la puerta de desembarque de Manaus, apuntando de nuevo a Sao Paolo. La capital brasileña del Amazonas catea ampliamente en cuanto a infraestructura turística. Algún día supongo les dará por aprovechar su infinito atractivo y explotarlo o compartirlo mínimamente. Algunos destinos se convierten en viajes equivocados cuando ya es demasiado tarde para ir a parar a otro sitio. El pseudoamazonas que he visitado quedará pendiente para atacarlo por otro flanco, sea la amazonia peruana, o una agencia experimentada de veras en él. El escrito es más bien negativo y quejumbroso, pero hay que rajar hoy de haber venido al Amazonas y que haya tanta dificultad para disfrutar de él.
Por otro lado la gente de aquí parece no saber de qué van las cosas, como si los mosquitos inyectarán atontina aparte de succionar el suero, en pocos sitios me he encontrado con este aturdimiento generalizado de quien se acaba de despertar a las nueve de la noche. Ni mapas en el hotel, ni guías en las librerías, ni agencias de viaje, ni más de dos excursiones generales, ni idea si preguntabas a taxista, informador turístico o carnicero. - Ah, que hay un Amazonas aquí atrás?! Ahora me entero senhor espanhol, jeje, sólo les faltaba decir.
El lunes hice la excursión en bote, en la que estás 4 horas bote que te pego, no ves un triste pez, y suerte que no me quedé en el lodge más de medio día, porque era una isla incomunicada y sin selva, donde básicamente veías el tiempo pasar, y cada cuatro horas había una actividad nada del otro mundo. Me encontré un valenciano que chillaba insultos y se comunicaba vía fútbol con todas las nacionalidades, en su español monolingüe y monolingüe. Y asistí a cuatro horas de conversación entre él y un finlandés sobre alineaciones, estadios, partidos, souvenirs, de dos únicas realidades: FC Barcelona y Manchester United, los equipos de cada uno. Mmm, muy del siglo veinte.
Al día siguiente fui a un museo de animales disecados tan grande como mi sala de estar, y luego al INPA, un parque conservatorio de flora y fauna de la zona. Esto al menos salvó un poco la escasez experimentada. Pude pasear a solas por una selva reproducida y extensa, pero sin bichos ni peligros, vivir esa sensación intraselvática, quizás la esencia de un viaje a la jungla, pero sin las incomodidades que una serpiente mortal te aparezca de frente, o un jaguar te amenace la carne.
Y uno añoraba esa travesía de varias horas selva de verdad adentro que no se me ofreció, o un piragüear entre canales selváticos, viendo algún manatí, tapir, o perezoso, transmitirme el sentimiento del lugar. Una calificación de dos sólo se compensa con un doce, y ya está pendiente volver, quizás por Iquitos o Ecuador, y compensar con creces y aventura este catear mi Amazonas soñado.
jueves, 19 de febrero de 2009
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