No sé muy bien de lo que hablar, y precisamente de ello voy a hacerlo, del contar. Un novelista puede que cumpla la función ancestral del cuentacuentos que se hacía en las aldeas. Aquel alrededor del cual todos formaban corrillo para oír el relato imaginativo del contador. O aquellos seriales radiofónicos de cuando no existía el televisor.
Sí, puede que una novela no sea más que un cuento largo. Algo que atrape la mente de los que escuchan y los transporte antes de irse a dormir o a trabajar en el metro. El cuento, la ficción, la versión de la vida, se teje de formas varias y complejas, cada maestrillo con su técnica. Los hay que inflan el texto a dragones y crímenes, y otros que intentan hacer sutileza con aguja psicológica y artefactos artesanos de carne y letra.
Todos buscan ser atractivos, tener ese appeal necesario que pegue a la gente al libro. Y los libros son un producto, que nada tiene que ver con una película o unas canciones. La naturaleza audiovisual del hombre hace que una mala película pueda ser tolerada, pero la lectura reflexiva de las letras de un libro sube su nivel de tolerancia hasta niveles mucho más exigentes. El hombre se mueve en escenas durante su vida, y no entre páginas para comer, hacer deporte o bailar. La vida es una sucesión de escenas, hasta algunas con sentido, jeje.
Pero los libros pueden prescindir de todo lo accesorio de las escenas, de la trivialidad de lo cotidiano, de la paja a kilos de una vida. Pueden ser elixires frente al garrafón de la escena. Para ello han de pasar la exigencia del lector, que acude al libro no para ver las mismas escenas de siempre, quiere esa destilación, que concentra el guión y lo oculto de sus películas vitales.
Yo me vuelvo estúpido, o sea, me enamoro, cuando las escenas con ese alguien se tornan espontáneamente como las de una gran película, de esas de autor, de diálogos, gestos y miradas genialoides.
De cada escena humana se podría hacer un estudio taxonómico enciclopédico. Si empezamos a fijarnos en cada detalle, y lo estiramos en todas sus ramificaciones y flecos, la historia de la escena se va haciendo gigantesca y puede ocupar 25 novelas si se quiere. La historia de un simple anillo puede dar para al menos un libro. La historia de las cosas es casi infinita como el mundo.
Por ello un buen creador sabe delimitar ese mundo infinito, sin negarle la complejidad que siempre tiene, para intentar hacer una obra redonda, perfilada, y lo más atractiva posible a una mayoría respetable.
Pero, ¿cuántas versiones tiene Cien años de soledad? ¿Y cuántas novelas diferentes podrían derivarse del mundo de Cien años de soledad?
Si una cosa está clara, es que no existe ni de largo el determinismo novelístico.
5 comentarios:
Justo estoy leyendo (por currele) un ensayo de Vargas Llosa sobre Onetti. En un gran prolegómeno, Llosa habla de su novela (la de Llosa) titulada 'El hablador', en la que cuenta la fascinación que le provocó descubrir la figura del 'kenkitsatatsirira', que viene siendo 'hablador'. Hablamos de las tribus machiguengas del Perú y de cómo cada cierto tiempo venía un tipo a contarles:
"Anécdotas de sus viajes por la selva, y de las familias y aldeas que visitaba, chismografías y noticias de aquellos otros machiguengas dispersos por la inmensidad de las selvas amazónicas, mitos, leyendas, habladurías, seguramente invenciones suyas o ajenas, todo mezclado, enredado, confundido, lo que no parecías molestar en absoluto a los oyentes", que le escucharon arrobados durante toda una noche.
Curiosamente, el título del libro es 'El viaje a la ficción'. Entendiendo por tal invención, creación de un mundo paralelo, irreal, para escapar a través de él de un mundo que nos asquea. No me gusta a mí esta ficción tan pura, como la de Borges o Tolkien. Me aburre. Prefiero la ficción del tipo ese hindú, el hablador, en el que la realidad nutre el relato y hace del relato un ente tan valioso o más que la propia realidad. Es más perfecto: pero entran noticias más o menos veredes, anécdotas, descripciones de cosas que existen, narraciones extraordinarias sobre gestas de tribus vecinos. La ficción pura, y también entiendo como tal los cuentos de Cortázar, me parece un cosa limitada y pobre. (Por qué escapar de este mundo, si está lleno de riquezas?). En la propia Costa Rica tienes un ejemplo.
Comparto la misma preferencia por el relato que no se despega gaseosamente de la realidad tipo Tolkien, realismo mágico, etc.
Me parece como algo rarificado y escapista si se consume habitualmente.
Aparte nuestras mentes limitadas no son capaces de crear un universo nuevo, y los matices psicológicos de estas obras son bastante pobres. Acaban pareciendo más historietas que trozos frescos de vida.
Ya escribí en otro post en agosto (Los autores necesarios) http://jordiny.blogspot.com/2008/08/los-autores-necesarios.html que aún los novelistas que versionan la vida real no tienen fácil hacerla creíble, hay cosas imposibles que el autor hace ligar a su antojo. Un creador de mundos, como el novelista también es, nunca será procesado por difundir mentiras globales, pero un poco de reflexión sobre lo que uno vende como real tendría que ser un requisito del ministerio de cultura del PPC, no sé yo, como una excursión de un día al Escorial con sólo ese propósito reflexivo, una burocracia tonta y poco solemne, no comprobable pero original y con bocadillo en papel de plata incluído por el ministerio. Algo más PPC. : )
Usted siga acentuado 'incluido' que aquí no va a haber excursión al Escorial ni a Costa Rica ni a Tomboctú. Discrepo además, lo que se vende como literatura no tiene que contar con las servidumbres de lo que se vende como real. La PDA de la que habla Trapiello (Policía de los Diarios Ajenos) vale para los diarios íntimos (extraña forma de hacer literatura), pero no para los libros literarios, por muy basados en la realidad que estén.
El comentario anterior fue borde total. Espero que no se me arruge. Por cierto, ¿se refería vd. a José María Mendiluce o a Eduardo Mendicutti?
Una policía para novelas fantasiosas que pretenden ser reales es obviamente una institución utópica que nunca existirá. No tengo nada en contra de la fantasía en la novela, pero sí en aquellas pretenciosas que persiguen ser reales, siendo más descuadradas que yo qué sé.
¿Qué cómo se nota esa pretenciosidad en el relato? Sutilmente un escritor escribe con mayor o menor rotundidad, en pequeños matices, transmitiendo más solidez o más apertura, blandura. En el tono y tonillos vamos, la entonación implícita del relatar una novela. Aparte de conclusiones más explícitas subrayadas por el narrador.
Lo prescriptivo que es un texto creo que correlaciona con su pretenciosidad o no.
Yo reconozco que mis textos suelen tener esa pretenciosidad, y bien prescriptivos que suenan a veces. Nadie es apolítico, aunque quiera no serlo... :)
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