Nadie ha llevado a juicio su escuela
una vez ha salido de ella, por motivos educacionales. Probablemente
nadie lo hará, los adolescentes no están para eso. Los padres y las
instituciones de la generación anterior, forman parte del
establishment educacional de los colegios del momento. El problema es
que un niño es un artefacto propulsado en el tiempo por la vida,
entra como un enano al sistema educativo y no sale de allí hasta los
veinte, y de mientras el mundo se ha desplazado, ha cambiado, a un
niño paradójicamente se le ha de preparar para un mundo desconocido
y venidero. Los esquemas, incluso hábitos, de la generación
anterior pueden quedarse obsoletos. Y la tendencia más común del
ser humano es educar de acuerdo a lo vivido, sin proyectarse en el
tiempo o dejar los esquemas abiertos, sino aplicar los patrones del
pasado a un mundo que está mutando y ya no será el mismo.
Cuando relato la educación religiosa
que recibimos, soy muy crítico y es fácil caer en ello a toro
pasado. Los juicios tardíos a la escuela, llegan a partir de los
treinta, en que uno sintoniza o rechaza esos órganos trasplantados
que en las aulas se produjeron. Hoy testimonialmente sentaré a esa
escuela en el banquillo, para intentar subrayar más lo bueno porque
lo malo con los años se ha hecho más desvelador y acaba saliendo
más que lo primero. En especial el hecho de formarnos en lo
sobrenatural, y desde allí toda su ramificación cerebral en lo
moral mientras ese cerebro vacío iba siendo inaugurado. El
prepararnos para otra vida del más allá recién nacidos a ésta,
cuando lo que más necesitábamos era adaptarnos lo mejor posible a
la única que existía. Nos daban igual los siglos pasados como
horizonte, porque hubiese sido preferible forjarnos en emprenduría,
finanzas, educación sexual, humorismo, tecnología, soledad del
siglo XXI o compromiso político. Pero adorábamos iconos en madera y
no rezábamos ni la ley de Moore ni las bondades del Apple II. Tal
vez hubiese sido un gran colegio si le quitamos toda esa parte
supersticiosa, estigmatizante e invasiva que era la religión. Que es
como decirle a la Historia que hubiese podido prescindir de lo
supersticioso mil billones de veces. Pero en los ochenta, la
educación todavía permanecía mayoritariamente en manos de la
Iglesia, y la Historia es un proceso natural y consumado que tiene
sus circunstancias y sus estadios irreversibles.
Sin embargo, sí teníamos ordenadores
Apple en plenos ochenta en el colegio. La vanguardia aparecía entre
enseñanzas monásticas. Papá colegio nos estigmatizaba con la
religión, pero llegaba a casa tarde después de traernos medios
punteros para el aprendizaje. De aquel colegio salías bien preparado
para comerte la universidad, pasando sus cribas y utilizando todos
sus medios e instalaciones. Era un colegio efectivo, donde tampoco
faltaban los recursos necesarios para divertirte y no convertir
aquello en un encierro. Actividades extraescolares, deporte sobre
todo, festivales, torneos, salidas, colonias... Tenías todo lo
necesario para ser un hombre de provecho, hacer una buena carrera,
acabar copando una clase media-alta... supongo de forma paralela a
todos aquellos que iban a salles, jesuitas, escolapios, de la misma
ciudad. Lo de la religión iba en la factura, era la muleta que todo
el mundo llevaba en la época, y la traspasaban a todo hijo de vecino
porque los tiempos no permitían apenas otra solución. Esa cojera de
la especie no te la curaban. Tenías que ser tú con el tiempo quien
se desvinculase de una mitología hebrea, quien desligase su vida de
la superstición y el más allá absolutista, quien se extirpase las
balas masoquistas y uniformadoras de la culpa, y quien se pusiese a
sorber el mundo y la vida como lo único real, a la vez que se iba
extinguiendo.
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