miércoles, 2 de enero de 2013

Yo últimamente soy muy Suri


Ya hemos pasado por todos los arcos oficiales que sellan el fin de un año y disparan el otro, la última gran curva del calendario. Ya han transcurrido los siete días de fanfarria de clan. La semana en que los caladeros de gambas diezman y ven la extinción de cerca. Un indígena de tierras remotas podría concluir que nuestra Navidad es una reunión de clan en época gélida para comer todo tipo de gambas y crustáceos, mientras la abuela se descojona en su silla con una copilla de más. El compañero de faenas de Forrest Gump, Bubba, sueña desde el cielo poder reencarnarse en familia española y darse a las gambas.

Del comportamiento mimético no se habla mucho. Cuando la conducta de otras personas se nos cuela involuntariamente en nuestros registros, e imitamos a alguien espontáneamente. Algo así como ingerir gestos y entonaciones de los otros, por mero gusto.
Yo últimamente soy muy Suri. Para los que desconozcan la palabra, los Suri son una tribu primitiva del sudoeste de Etiopía que están haciendo un intercambio con una familia bética de otra tribu de Sevilla, con el canal Cuatro por medio.
Actualmente han dejado las chozas y pasean por Triana y van al Benito Villamarín, saludando a la gente con 'musho betis mi arma'. En una meseta etíope, tras un rif y algunos antílopes, se esconde en la casa de Tambaru, la peña bética Suri. Y bien, recorres cuatro mil kilómetros, te alimentas de sangre de ganado, te escarificas el pecho, y fundas una peña bética Suri. ¿Qué vas a hacer si no?
Dejando a un lado si los estrafalarios son los españoles o los africanos, es un deleite poder ver en el salón de tu casa esta colisión pacífica entre siglos y formas de lo humano. Llama la atención ver lo seguros que están de su civilización, cómo defienden su status quo colectivo y lo críticos que son con el bautismo en nuestras tecnologías. Un mundo transfigurado es siempre un mundo hostil, porque emocionalmente no tenemos en él ningún anclaje, es un planeta arrasado de sentimientos. Bello, inhóspito, frío, un grado de calor humano forma una radícula, y el vegetal que somos puede llegar a asentarse.

Me gustan sus juicios metafísicos lacónicos. Los Suri son gente que apostilla. Han flirteado con un artilugio último modelo que contiene derivaciones de la física cuántica más sesuda, y al acabar se lo cargan con una frase segadora y definitiva.
Más allá de los mecanismos de protección que puedan surgir al aterrizar en la modernez superlativa, me asombra su serenidad y seguridad. No se les ve recular, ni una renegación a lo suyo. Se mantiene su orgullo colectivo, más firme creo yo que nuestras identidades, siempre dudosas, hesitantes.

De alguna manera me he ingerido esa seguridad, se me ha pegado caricaturescamente ese estilo lacónico y definitivo al expresarse. La autoridad superior de la figura de Arbula frente a Rajoy, o la simpatía y gracejo de Tambaru, el pastor flamenco.
Antes ya fui Mentawai, y empleo "maeru" como sinónimo tropical de "bueno". Me sale como registro cómico, con la pronunciación onomatopéyica que los Suri hacen para resaltar lo extraño. Pero lo cómico es el amante más fiel que siempre va a estar ahí.
Son como un testimonio que existen formas de lo humano, en mundos dispares pero escalables, que sobreviven sin ese gas que es la duda y que acaba siendo atmósfera. Tribus mucho más resolutivas que la nuestra que se niegan a pagar el precio de la diletancia. Determinación o indeterminación, saber encontrar el punto de reposo a lo energético sin pasarse. Y con ello, clan, colectivismo, estupidez de la individualidad, fricción social vigorizante.

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