Soy uno de los pocos terrícolas que sufre rechazo por la palabra literatura. Yo amo, la etimología, o yendo más allá, adoro la etimología que viene del griego. Con la latina no puedo, ya ves tú, como quien rechaza la cocina inglesa, como a quien nunca convence el chopped.
¿Porque casi odio el vocablo literatura? Pues porque no sé de dónde coño viene. Y poca gente sabe de dónde coño viene. Suena a preparado de letras, póngame una literatura de íes con sésamo tostado, eñes rebozadas - qué las prefiere, en fritura o en literatura? - Es igual, póngame una paperina de ces en literatura y aceite de módena.
Tal palabreja no puede traer nada bueno, un legajo de un millón de novelas banales. Para mí que la literatura es donde meten kilos de ficción y rebajan la realidad de las cosas, y al fin y al cabo eso es estafar gramos o hectogramos de verdad.
No invente, señor Trueba, no invente!
:D Con Cariño.
Y qué más. Con lo bonita que es la etimología griega: en-theos-siasmo --> entusiamo, CON EL DIOS DENTRO, ohhhhhhhhhh. Bonito.
Quién fue el bastardo que acuñó literatura? Pues mire, que le quede claro que empiezo a tolerar tal palabreja peluda. Ahora me imagino una mixtura en alambique de letras, un preparado gourmet de letras destiladas, y me empieza a agradar la palabrita cogida con pinzas claro.
Literatura de los confines de lo cotidiano, esas horas del día donde riza la ola de la normalidad plana y chispean los guiños de una realidad más profunda y con más lineas de metro entre los deseos y los sueños.
Realidad exprimida y presentada en el molinillo del lenguaje para coserle pespuntes que vuelvan visible el sexto continente enorme que yace en la cabeza.
Haga usted literatura, haga visibles los países ignotos sin realidad todavía, que pueblan su cabeza.
miércoles, 30 de junio de 2010
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