viernes, 28 de octubre de 2011

La crisis, Twitter y lo mórbido

Un topic en twitter tuerce una esquina, y se convierte en trending topic al encontrarse con una calle pendiente abajo como las de San Francisco. Alcanza volando los 200 km/byte y ya es pandemia.

De forma similar, los fondos de inversión ven una presa, una gacela helena por ejemplo, y mil francotiradores con mil fotógrafos de prensa congelan al país y a todos los presidentes que se acercan a mirar. Dejan a los fotógrafos y se van a agitar un árbol portugués, español o italiano, mientras van cayendo billetes caducos.

Los dos procesos de twitter y la deuda se crecen en lo mórbido. Esta palabra es de uso muy exclusivo de las enfermedades.
Se refiere al momento en que el proceso cae en una vertiente no deseada, cuando entra en una dinámica peyorativa, un círculo retroalimentado peligroso, y una aceleración de los síntomas.

También son mórbidas las burbujas especulativas, las adicciones, y las crisis económicas. Puede ser que ésta aún no haya empezado su momento mórbido, en términos de padecimiento.

Lo mórbido es ciego, es desencadenamiento, elicitación, cascada de hechos, algo post-racional o pre-racional, casi pura acción.
Es una vertiente comenzada, donde la masa cacarea el trending topic agraciado al rebufo, porque parece que las redes sociales sean el poder democrático genuino que faltaba, craso error, que ahora está de moda que salgan en portada, pero ya fenecerá.

La histérica bolsa, o mercado que toque, siempre tiene a miles de patos ciclistas cacareando tras la brecha surcada por los Rolls de los hedge funds, ahí se produce lo mórbido, una ciega concatenación, un tsunami que igual que devasta se extingue, una exhuberancia irracional.

A los patos inversores la resaca les deja pérdidas, y a los followers les mantiene en el anonimato iluso.
 

jueves, 20 de octubre de 2011

a. Pues estoy contento en imaginarme por primera vez que mi despacho de un tercer piso entre bosques, es mi alcoba de castillo donde cocino vapores e ideas a lo alquimista. Mimetizar esta habitación como la torre de un castillo donde miro amablemente a este mundo militarizado a su manera. Mi atalaya, mi estudio de estrategia lírico-militar escrita.

b. Cambiar el mundo. En las escuelas se tendría que advertir allá a los 10 años: "de aquí unos 7-8 años empezaréis a sentir en vuestro soma/cabeza, unos impulsos determinados a querer cambiar el mundo, el cual os parecerá desagradable cómo está montado y funciona, y vuestra infinita estamina adolescente de sansones, os engañará creyendo que podéis doblegar los efectos de 7 mil millones de individuos enredados equivalentes a vosotros mismos". Puede ser que los colegiales, al notar los efectos, se dijesen entre sí: -ah mira, el baile de san vito revolucionario ése ya me viene como la pubertad vino -, y lo tratasen más como una alteración heredada, que como la vivencia y entrega más auténtica posible. Porque tras 10 años con miles de toques, pueden ser que se den cuenta de la impotencia de querer desaparcar un coche con medio milímetro en cada frente de margen para maniobrar.

c. Eso sí. No acelerar el cambio de este mundo cuando la ocasión es franca y cuesta abajo, romper la virginidad en flor al fatalismo cuando por fin algo brilla entre lo gris, sería de m.e.m.o.s. El mundo no lo podemos cambiar, pero siempre dejaremos lo que tengamos entre manos, para ir a la estación a verlo pasar cuando de repente ha mutado a mejor

Dioses postmodernos I


Los griegos tenían su panteón de dioses helenos, varios, y perfectamente identificados. El cristianismo ha dejado igualmente un icono de dos mil años de alto, con nombre, cara y ojos. En nuestros tiempos, donde la postmodernidad ya ha fallecido, y el pensamiento económico eclipsa y monopoliza otros discursos, no hay rastro de teología ni dioses.

Y los hay. Hoy en día, un dios es una fuerza abultada de la realidad que no existe porque no ha sido nombrada. Y se debe elevar a la categoría de dios para considerarla de una vez, si se quiere rebajar su errática fuerza.
La desidia, la inercia, es un Dios en nuestro tiempo. Un ente indefinido que se acumula en procesos, interrelaciones, y burocracia, algo tan de nuestros tiempos también. Un ente incontrolable, intersticial, sin rostros, que nos condiciona y altera, al que sólo podemos tener en cuenta en un altar obligado del tiempo.
La inercia, y la desidia, de los otros, de instituciones.... metida en todos los procesos largos que hacemos, nos tiene que volver supersticiosos, porque es un batido de la racionalidad grumoso el que fracasa ante nuestras exigencias de solidez de miras.
Lanzar una moneda, rezar, encender una vela a la inercia, es casi lo mejor que podemos hacer. Y con sentido del humor e inteligencia, verbalizar que la desidia diluida en las cosas es un Dios, implacable, pero finito y volteable por su propia naturaleza.

El sorbete cosmético planetario

Tengo el blog más dejado que el parque de atracciones aquél de Chernobyl.
En el aire de ese parque no flota ningún gramo de estética. Es una estampa desolada, donde reside la soledad y sólo ella se monta a las atracciones y silba entre los matojos que intentan borrar la imagen. Uno de los pocos rincones donde no opera la cosmética. Porque el ser humano es un ser cosmético. En cualquier calle donde no haya aceacido un desastre nuclear, todos jugamos a lo bonito.

Tiendas con contabilidad perentoria que dan la impresión de comercios brillantes y consolidados, pese a que les queden dos días de apertura y existencia; paseantes mudados y esbeltos, sin atisbo de pesares, aunque la procesión vaya por dentro desfilando hacia casa, donde el polvorín seguirá desgastando y desestabilizando hasta dios sabe qué cuneta; calles y arquitectura de burbuja inmobiliaria, condenada a ser degradada y volverse deprimente a los ojos, como en un pueblo, país, continente, bananero.

Tendemos a mostrar una corteza bonita y estable, como un bastón al que asirse, un caparazón inmediato en el que subirse mientras tanto. Nadie se imagina unas calles con gente descuidada, tiendas feuchas pero con óptimo producto y cuentas que no jadean, calles de esas estadounidenses cuarenta años iguales pero cuarenta años resistentes y vigentes. Lo moderno, lo cosmético, cabalga por inercia temporada tras temporada, en un equilibrio poco sostenible.

Al final, cualquier calle de este país es un gran decorado de muñecos que aparenta ser bonito y resistente. Dentro, parejas en crisis, comercios con el agua al cuello, alcaldes perdidos, y niños ricos ignorando un destino mucho más austero, siguen jugando a la canción del verano, mientras el tiempo ronco, carraspea advertencias poco audibles para los ingredientes del sorbete cosmético planetario.